lunes, diciembre 04, 2006

un encuentro con mi pasado...

El encuentro fue cruel: llegar aparentando ante ella… aquella mujer por quienes mil veces me emocioné sonriéndole a la esperanza… aquella mujer por la que mil veces brindé llorándole al recuerdo… aquella persona que ya no estaba más en mi vida… pero tampoco dejaba de estarlo.
Ella… mujer… y solo en ello lleva mi honra, pero además en ser una persona que fue muy importante en mi historia…
Me pare ahí, frente a su mesa, en aquel concurrido café que seria el punto de conversación. Llegué con un deseo en mente: fingir que no me interesaba su dolor… aparentar que sus lágrimas no podían conmover mi alma o agitar mis sentimientos… que sus palabras no me causaban daño… que el pasado había dejado de doler hacía mucho. Actuar como que el pasado era eso… solo pasado.
Me sonrió… y aun ante mi dura resistencia interior, una sonrisa surgió rápidamente de mi rostro, traicionando mi intención y mi promesa. Pero es que ella no merecía menos. Esa mujer frente a mí me regaló en su momento una de las mejores historias de amor que pude haber conocido. Me entregó sueños… sonrisas… travesuras… complicidad… Me llevó a soñar con una vida diferente… lejos de esa vida absurda y violenta… vacía y sin destino.
Me guió a pensar que mi caída no debía determinar mi fracaso… y me enseñó que una persona puede caerse… pero tiene la obligación de levantarse. Ella es especial… como pocas… lo sé… y sé que la amé como en su momento no creía que fuese posible. Como también sé que quien me escuche hablar de ella encontrará siempre un alto grado de agradecimiento a ella por todo lo que me dio… pero también sé que es un capitulo cerrado en mi gran libro llamado vida. Solo que el destino ahora me habia determinado que la viese en la que pienso fue la última vez.
La canción ambiental parecía haber sido escogida con mórbidas intenciones por alguien que planeaba hacer de ese un momento uno aun mucho más difícil. Ricardo Montaner cantando “la clave del amor”… y yo ahí... frente a ella, que con su mirada puesta en mi, con esos ojos llorosos que me penetraban hasta rasgarme el alma… movía los labios con la letra de aquella canción. Nos abrazamos por un segundo, saludando aquello que alguna vez fuimos el uno para el otro… y apenas nos abrazamos, sentí sus manos sobre mis hombros… como iniciando un baile… y tuve que alejarme rápidamente de ella.
Nos sentamos… yo estaba frente a frente con esa mujer que, en su búsqueda de reconstruir nuestra historia, había conseguido lo que nadie: dar conmigo después de tanto tiempo. Viajó veintidós horas solo para verme. Trabajó para sufragar sus gastos de transporte y hospedaje.
Tomo mi mano izquierda… y la beso… y la rodeó con sus manos pequeñas… femeninas… bien cuidadas. Me dijo que me amaba y que estaba lista para que juntos iniciáramos la construcción de aquellos planes que habíamos dejado regados entre lágrimas y distancias… y me agradeció que hubiese ido a esa cita…
¿Cómo no honrar a quien alguna vez me regaló las mejores caricias… las más dulces palabras… las mejores promesas? ¿Cómo faltarle a quien me amó con locura y a quien amé con estupidez?
Aun recuerdo cuando me producía mil sensaciones con esa voz maravillosa… que en tono dulce y enamorado solía decirme: “estas loquito, amor”, rematándolo con un fulminante y cautivador: “amor, cuando nosotros estemos casados…” dando inicio a alguna anécdota escrita sobre las alas del futuro. Con palabras armadas de ilusión… con ideas que volaban sobre planes y deseos felices.
Aun recuerdo aquellos ojos profundos… fuertes… cargados de vida… que antes me observaban desnudando mis intenciones… y que solían hacerme prisionero de sus miradas… feliz de estar atrapado entre esas pestañas que parecían abrazarme.
Pero ahora, esos mismos ojos, solo derramaban lágrimas… y buscaban solo tres direcciones: mis ojos, nuestras manos, y la taza de aquel café que yo tomaba… y que ni con toda la azúcar dejó de ser el más amargo que probé en la vida.
Lloró… lloré… lloramos. Quizás fui yo quien lloró primero. No lo se… ni es importante. Pero ambos hicimos sin importarnos las miradas o los comentarios… como solíamos hacerle siempre: vivir sin atender las voces de quienes nos rodeaban… escuchando solo las intenciones y los deseos de nuestros corazones.
Pero ahora nuestras lágrimas eran tristes…
Ella lloró de encontrarme ilusionado con otra mujer que en su ausencia habia llegado y llenado todas mis expectativas de vida… y me habia atrapado en ese mágico mundo de sueños y estupideces que solo un corazón enamorado puede entender…
Yo lloré de verla lastimada y llorando… y de saberme culpable de ser feliz y tener ya ocupado el corazón con otra mujer que ahora roba mi atención… y a quien le dedico mis mejores momentos.
Ambos sabíamos que aquella historia debía concluir ya… cerrando el ciclo que jamás habia concluido. Nos apretamos las manos… nos miramos unos segundos que parecieron detener el tiempo… mientras las lágrimas parecían ser las únicas que parecían tener actividad intensa.
Ella se acerco a mi rostro… y mis ojos lloraron más, pues sabia que alejar mis labios de los suyos la lastimaría, pero yo debía ser congruente con mis emociones… y leal a quien ahora amo… y amo genuinamente.
Ella entendió que mi mejilla debía recibir sus labios… y yo entendí que mis lágrimas terminaban por explicarle lo que mis palabras no podían.
Le agradecí entre lágrimas, todo lo que hizo en mi… me sonrió… como tragándose una frase… acarició mi cabello.
Volteo su mirada hacia otro lado… y supe que era el momento de alejarme.
Me puse de pie… y pasé mi mano por su mano… besé su cabeza… y al oído le susurré un “muchas gracias”, y caminé despacio pero convencido hacia la puerta.
Salí de ahí… inundado por emociones contradictorias: me sentía pleno de haberle sido honesto a mi corazón… satisfecho de haber sido leal a la mujer que amo… pero también demolido de haber lastimado a esa mujer que alguna vez amé.
Supongo que fue la última vez que la veré. Y quizás también la última vez que lloré por ella…
Pero esa noche el pasado cayó sobre mi espalda, y lo único que me hizo más fuerte que todo fue el gran amor de la mujer que ahora inunda mi vida con su presencia… esa mujer con esa risa mágica… con ese rostro perfecto… con esa voz que alienta sueños… con ese cuerpo que alimenta pasiones… con esa boca que genera hambre de besos… con esa fortaleza que produce admiración… con esa mirada que exige respeto… con esa ternura que provoca deseos de abrazar… y todo eso que las palabras no pueden atrapar ni expresar.
Solo ella pudo haberme sacado así de aquella noche, en que tuve un encuentro con mi pasado…

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